Casa Batllori

Cuando en Sants todavía había industria, la fábrica de cerámica Can Batllori podía presumir de ser una de las más antiguas. A Andreu Batllori le han precedido dos siglos de alfareros que trabajaban al aire libre en un solar sin urbanizar rodeados de lujo y de campos cuando la calle Cros aún no existía. El secado se hacía al sol y las balsas de barro ocupaban mucho terreno. El abuelo, Francisco Batllori i Munné, hizo construir el edificio que ahora conocemos en la carretera de Sants. La construcción, de finales del siglo XIX, es lo que Andreu denomina "la obra" y cambió la fisonomía de la fábrica familiar. Fue el punto de inflexión de un negocio que se iría "complicando" con la evolución de los materiales para la construcción. Antes de que se impusiera el PVC, las tejas, canales y tubos de desagüe de barro habían sido arrinconadas por la uralita (fibrocemento de amianto). La salud salió perdiendo y los alfareros, también. Los Batllori se decantaron por la vertiente ornamental. El abuelo Francisco tuvo prosperidad con el Modernismo y jarrones, los frontales para chimeneas, los vierteaguas, las piñas, los tiestos jaspeados y las baldosas esmaltadas fueron su catálogo. Después de la Guerra Civil, la actividad derivó hacia las baldosas y los utensilios de cocina: cacerolas, barreños y morteros. Recipientes de barro utilizados por la industria textil, laboratorios y fábricas de conservas hasta la aparición del plástico. Ahora, Andrés trabaja sólo con arcilla roja y hornea piezas por encargo. En la tienda tiene huchas con forma de cerdito, figura que nació en Gran Bretaña de una tierra de color naranja llamada pygg.