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Santa Rosalia del Besòs

El Besòs de Javier Pérez Andújar

El escritor redescubre el barrio en el libro 'Paseos con mi madre'

Escrito por
Time Out Barcelona Editors
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Javier Pérez Andújar es experto en periferias y su último libro, 'Paseos con mi madre' (Tusquets), es toda una invitación a descubrirlas. Quedamos en la parada de Artigues-Sant Adrià y pronto le pido por las chimeneas de la Fecsa, aquellas "tres cruces de un Gólgota de hormigón poblado de peones, de gente que había venido a vivir a Barcelona y que no la pisaría en lustros ", y el Besòs, los dos hitos geográficos que rápidamente el imaginario asocia a Sant Adrià. Estamos en un espacio fronterizo, en un cruce estratégico: al norte, Santa Coloma de Gramenet, en el este, Badalona; y al oeste, el núcleo histórico de la localidad, donde se conserva la casa más antigua del pueblo, que data del 1740. "Es un pequeño reducto rodeado de monstruos", sintetiza Pérez Andújar. El escritor conoce de memoria estos espacios que recorre con su madre los domingos por la mañana, paseos que aprovechan para hablar de las cosas del pueblo y que les hacen darse cuenta del desarraigo del territorio y las palabras: "ni siquiera soy un idioma, en realidad pertenezco a una voz ", la de la madre. "El escritor es lo que él quiere que sea su patria", y quizás porque los extrarradios parecen, se siente identificado con Cornellà, Ciutat Badia o Llefià, hacia donde nos dirigimos.

En la avenida de San Salvador, nos hacemos pequeños al lado de los bloques de pisos de los años 60. Pérez Andújar recuerda el pasado comunista de estos barrios que luego votaron al PSC y ahora dan la victoria al PP. "La izquierda se olvidó de bajar a la calle", dice. La arquitectura y el urbanismo eclipsan parte de la conversación. En contraste con el hacinamiento en el que viven los vecinos de un bloque de pisos de quince plantas y cuatro puertas por rellano (el ejemplo de una portería de la calle de Aribau), en la calle hay espacio, se puede respirar, el cielo está abierto. Es lo que el escritor describe como libertad geográfica o mística, un estado imposible de alcanzar en el Gótico de Barcelona. El resto de protagonismo es para las personas y sus espacios de socialización.
"Conozco esta manera de caminar, la forma de vestirse", dice mientras subimos por la calle de Pérez Galdós. Nos detenemos ante la Jartá –el escritor recuerda cuando el bar se llamaba El Sótano– y habla de su afición a los rótulos, una invitación a mirar qué pasa detrás de los escaparates. Kashi Peluquería, El Barato generoso de Punto, el bar Si lo se no vengo o la floristería La Juana del Barrio. "No hay librerías. Hay muchas esteticistas y peluquerías, como si prefirieran estar más guapos por fuera que por dentro", dice. Nos cruzamos con vecinos y a muchos de ellos el escritor les intuye el cansancio. "Tienen el trabajo tatuado en la cara, la cara de cansados ​​de verdad es la diferencia entre ser o no ser un pijo".

El paseo sentimental y en tiempo real también pasa por contemplar imágenes bucólicas, como la cruz de una farmacia coronando un edificio altísimo, el 'enterprise' de la estación de Llefià, escupiendo trabajadores que vuelven a casa, los tendederos llenos de ropa, algunos con piezas sucias para siempre, un indicio de miseria, los jóvenes que se sientan en una escala de cemento planificando el fin de semana, o la historia de aquella primera foto tomada en 1988 frente a la casa de los padres y que ahora ilustra la portada de un libro. Cae la noche temprano y continúa la vida como si fuera de día, uno de los momentos que más gustan al escritor. "Vengo aquí para aprender. Me gusta lo que la gente llama cultura popular, que es la manera de vivir de los pobres".
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