Time Out en tu buzón de entrada

Buscar
Can Cisa

Dos tabernas imprescindibles

El fenómeno del renacimiento de las bodegas: Can Cisa y el Amigó

Escrito por
Time Out Barcelona Editors
Publicidad

Can Cisa/ Bar Brutal está bombeando vino a granel a pleno rendimiento en el Born. Los gemelos Colombo del Xemei, Stefano y Max, son los impulsores de un proyecto -juntamente con el importador de vinos Joan València- que sin proponérselo marca un antes y un después en la recuperación de las tabernas (llamadlas neotabernas, bodegas hipster o como os de la gana). Su imagen de enfants terribles -rock and roll, tatuajes, reputación de fiesta dura- esconde una veneración por las cosas de la gente mayor. Sobre todo por las tabernas, el vino y la comida.

En la sombría y agradecida frescura de Can Cisa -en las bodegas de verdad el aire condicionado es superfluo-, se puede apreciar la primorosa remodelación que han hecho de una taberna de barrio: arquitectos de formación, Stefano admite que "se ha pasado un poco, pero que ha valido la pena". Can Cisa era/es "tan bonito que hemos querido sacar todo lo que había dentro, restaurarlo y volverlo a poner todo en su sitio". Esto ha comportado la dificultad de sanear una zona que llevaba 60 años cerrada, la del almacén. Y explica que durante el lapsus que ha sido cerrar Can Cisa "han recibido presiones violentas de abuelos", revela entre risas. Pero, como decíamos, ha podido más el aprecio por la religión del barril y el botijo que la presión vecinal lo que les ha llevado a combinar una tienda de vinos en la entrada con el mantenimiento de una barra de vinos a granel y botas. Delante hay unas 300 referencias de vinos, todos ecológicos o biodinámicos de todo el mundo, "sin química ni aditivos, y a precios ni caros ni baratos, en una franja muy interesante".
Esta es la parte "más educada y comercial del local", explica el veneciano. Que da paso a una barra con botas de vino de Gandesa, rancio, moscatel, vermut: "El mismo vino y al mismo precio que siempre. Queremos que la gente del barrio socialice como antes y que no se pierda la esencia de la taberna, del vermut a granel".

La parte de atrás

El tercer paso es el que conlleva la parte más "divertida y canalla" del proyecto: al final de la L de la taberna, ponemos los pies en el Bar Brutal. Es un comedor con mesas, mucha barra -de mármol, majestuosa- que anuncia su presencia con una entrada con luces de neón por la calle de la Barra de Ferro. La idea es comprar una botella de vino de diez euros de la tienda, pagar el descorche de seis euros y bebértela tranquilamente. Y claro, si hacemos esto con tres amigos y una botella de treinta más seis -el inhumano recargo de los restaurantes sería de 60 euros- pillaremos una borrachera de lujo. ¡Brutal! Con comida, claro. De la buena. "Hemos ido a buscar pequeños productores que nos preparen pequeñas porciones de producto muy específico". Embutido, queso y lata selecta. Y a partir de las doce del mediodía, empezarán a salir platos con marca Xemei: salteado de mejillones, Carpaccio de diversos pescados, suflés -sugerente el de queso a la brasa con higos- o su versión de la hamburguesa, que es de bogavante. "Quien quiera un festival tendrá lo que quiera, pero por 20 euros se podrá divertir mucho mucho".

La plancha del Delta

Hay otra taberna reloaded de visita obligatoria. El Bar Amigó -icónico chaflán de Urgell/ Tamarit- estaba cerrado y acaba de reabrir bajo el nombre de Amigó Cascarilles. Los dos nuevos propietarios son gente del gremio de la barra y caña con mucha mili. Y quieren dejar claro que "no son inversionistas", pero prefieren que no se citen apellidos "porque en el mundo de la hostelería hay muchas envidias". Los dos se llaman Pere, por lo tanto unificaré sus dos voces en un único Pere. Me ha puesto sobre su pista Santi, amigo íntimo de Pere y propietario de la taberna Gelida (lugar favorito de los gemelos Colombo, hay que decirlo). Y la verdad es que un sitio como el Cascarilles da envidia. El antes abarrotado bar Amigó se ha convertido en una única barra y con una plancha de conchas y marisco del delta del Ebro. Explica Pere que antes "era un buen sitio de vermut y degeneró en un bar de menú justito". Mantienen una cerveza y un vermut, al estilo de Sant Carles de la Ràpita, excelentes.


La intención es "volver atrás pero con cosas frescas, además de latas buenas". Porque su razón de ser, dice Pere, es "ofrecer el producto de una tierra muy castigada que aquí no se encuentra y revalorarlo". Y a la vez, extender el modelo de marisquería informal tan poco pródigo por aquí, más de taburete y palillo que de maître y mantel. Y ya veréis si funciona. Como un tiro. Una única pizarra en la lengua del Ebro- "tener carta sólo hace que el camarero trabaje peor"- proclama cazuelas de medio kilo de mejillones (a 5,95 €, buenísimos), navajas, almejas, ancas de rana y xapadillo (anguila frita, deliciosa, que no os impresione), entre muchos otros frutos sabrosos. Tres veces por semana les llega material desde la lonja de Sant Carles de la Ràpita, y el día de cierre destinan el poco marisco sobrante a un comedor social del Raval. El único condimento de la cáscara del Delta es una excelente salsa de cítricos de invención propia. Como dice Pere, la plancha no engaña, y ellos tampoco.

Más información

Recomendado
    También te gustará
    También te gustará
    Publicidad