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Dos vidas

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D'une vie à l'autre
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Time Out dice

El eslogan de promoción de 'Dos vidas' llueve sobre mojado: "El mejor 'thriller' alemán desde 'La vida de los otros'". Sin ser un fan del 'crowdpleaser' de las salas de versión original, es evidente que, en su emotividad algo prefabricada, la película de Florian Henckel von Donnersmarck era bastante más sólida. Tienen en común el protagonismo de la Stasi y poco más. El abismo que las separa se llama empatía: mientras que el filme del director de 'The tourist' estaba protagonizado por dos héroes a ambos lados del afilado totalitarismo de la RDA, el que nos ocupa está colonizado por el punto de vista de una mentirosa que podría vender a su madre para mantener la fantasía de una idílica vida familiar.

Esta discutible mezcla de melodrama y cine de espionaje plantea un tema interesante, que parece haberse puesto de moda en los 'thrillers' nórdicos de la escuela Stieg Larsson. ¿Qué pasó con los hijos que nacieron de la unión entre noruegos y alemanes durante la ocupación nazi, y que, después de la guerra, acogidos en orfanatos de la RDA, se convirtieron en apestados por unos y víctimas del aparato ideológico del comunismo por los demás? El punto de partida da para mucho, sobre todo porque traslada a la esfera íntima, familiar, las heridas sin cicatrizar de la Europa más 'civilizada' cuando la caída del muro de Berlín aceleró una falsa homogeneización política.

El problema es que Katrine, agente de la Stasi que se pasa todo el metraje intentado esconder una doble identidad que todos sabemos que saldrá a la luz, no genera ninguna simpatía, no es más que un símbolo de los esqueletos en el armario de esta Europa acomodada. Y su historia es tan retorcida que Georg Mass tiene serios problemas para que resulte verosímil. Está tan distraído haciendo trampas y dedicando buena parte del tercer acto a aclarar con un largo salto atrás rodado en formato super-8 lo que ha sido incapaz de explicar en el resto del filme, que se olvida de aprovechar como Dios manda a Liv Ullmann, marginada a un papel secundario indigno de su carrera.

Escrito por Sergi Sánchez
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